miércoles, 27 de julio de 2011

Lagrimas de una Madre

Ing. Ernesto Hernández Gordillo
Derecho de Autor

Mi Abuela, Ana María Crespo Herrero, como toda madre, era toda virtud, todo trabajo, todo sacrificio, todo amor y pasión para sus hijos, además estaba dotada del sexto sentido para presentir el peligro que les pudiera asechar a cualquiera de ellos. Corrían tiempos difíciles para las familias Españolas, temía por su hijo varón Marcos de 17 años, veía como los jóvenes y niños se marchaban por los caminos del mundo, esperaba el desenlace y no se hizo esperar, del hogar se fue el hijo también a la aventura, en busca de mejor porvenir, para su consuelo quedaron su esposo Lucas Hernández Marcos y sus hijas Eva y Emilia, pero la tristeza ensombrecía el hogar. Los ojos de la madre no cesaron de clavarse en el camino por donde su hijo marchó.

¡Ay de los que os marcháis por el
mundo y dejasteis una madre
 plantada como estatua en una
 casa, lleno el corazón de
lágrimas, pero secos los ojos,
apagados porque ya se cansaron
 de llorar! Lloraba en el rincón
de la casa, en la calma de la
noche, donde nadie la veía...
lloraba y lloraba y cuando hablaba la madre para sí, clamaba

en un suspiro:               
“¡Ay hijo de mi alma!”
Andaba por la casa
como sombra o con
 el pensamiento errante y
cuando todos creían
que se entregaba al dormir,
 o lloraba o rezaba
con dolor inmenso:
“¡Virgen que lo pueda
 ver antes de marchar
con Dios!”


En la primavera de 1925 recibió las primeras noticias
de su hijo, a travésde una carta, en ella le comunicaba
que había llegado a Cuba, en casa del Sr. Gaspar,
 el cual era casado con una prima, se encontraba
albergado, los primeros 15 días almuerzo y comida
 gratuita recibió, pero después tuvo que trabajar
 como machetero en la zafra cañera de Cuba para
ganarse el sustento diario. Ana vio en esa carta
un aliento.¡Al fin supo de su hijo! , pero quedó
 pensativa por el
duro trabajo que estaba realizando
                                                                                 Lucas interrogó:
“¿Pero mujer,
en qué piensas
si ya sabes
de él?”
Y ella responde:
“En nada”.
Responde en nada,
 pero piensa en él.




Que tragedia tan lenta, tan continua
 tan callada, tan profunda la de la
buena madre en ese hogar, teniendo
 que sonreír a todas las alegrías
 que se acercan a su lado cuando ya
 para su alma no hay alegría posible.

El tiempo pasa y la vejez llega y con ella la deses-
peranza infinita que se le van metiendo en el
espíritu como temblores de alas de zunzún y 
la convicción terrible de que la vida se acaba,
de que se esta apagando, de que ya termina
y el hijo no ha tenido tiempo de volver...
Después, nada: el silencio, la quietud.
La madre marchó por los caminos del cielo
 cuando esperaba el retorno de su hijo.

Marcos, mi padre, el hijo emigrante,  lágrimas
derramó al conocer la noticia. Como testigo
quedaron sus familiares en Cuba; su esposa
Luz María Gordillo
y sus hijos Ernesto, Reinaldo y María Luisa.
¡Triste caso el de mi familia!, en este mundo
 tumultuoso y contradictorio
la migración de cualquier índole deja a familias
enteras desalmadas, queriendo saber el por qué
suceden estas cosas y al final queda el silencio 
de las tumbas, en muchos
casos sin nadie para poner rosas y hacer rezos.
¿Cuántos casos habrá? ¿Por qué? ¿Hasta cuándo?
El tiempo se acaba. ¿Quiénes pondrán rosas sobre
 latumba de aquella madre virtuosa y pasionaria?
¿Quién se ocupará de los rezos?
De Salamanca se fue, a Salamanca no volvió,
en Cuba murió, Don Juan Francisco Hernández Crespo,
el hijo emigrante, su madre yace en España:
ambos en el reino de Dios.         
 

  


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